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Adiós Lali Archetti

Se fue Eduardo "Lali" Archetti, uno de los más grandes antropólogos argentinos. Había nacido en Santiago del Estero hacía poco más de sesenta años. Vivía en Noruega hacía poco menos de treinta (hay cifras que insinúan historias). Entre Santiago y Oslo atravesó Córdoba, Buenos Aires, Santa Fe, París, Ecuador y Zambia. Empezó investigando los productores rurales del norte de Santa Fe, interviniendo en debates acerca de la estructura social argentina y la noción de "campesinado". Después de veinte años de desarrollar una creativa y rigurosa antropología de la moral a través de estudios sobre el deporte y el tango, había comenzado con enorme entusiasmo una investigación acerca de la producción de vinos en Argentina.

La relación de Lali con la antropología y las otras disciplinas es difícil de sintetizar. Archetti era un antropólogo con una vasta experiencia de campo que abarcaba al menos el norte de la provincia de Santa Fé, las sierras ecuatorianas, Burkina Faso, Zambia, estadios, calles y archivos de Buenos Aires, bodegas mendocinas y revistas gourmet. Licenciado en la sociología de Germani, una sociología que (él siempre recordaba en contraste con la enseñanza actual) leía a varios antropólogos clásicos, se doctoró en Francia. Lali era un políglota de las ciencias sociales, que proyectaba desde la especialidad que dominaba, desde una tradición, un modo de trabajo que es la antropología. Participaba activamente de encuentros y proyectos de esa disciplina. Trató de invertir cuanto pudo en el desarrollo, aún pobre, de la antropología argentina. Desarrollo precario por el surgimiento tardío de la antropología social en el país, impulso amputado durante la dictadura, con muchos de sus principales referentes exiliados o en el exterior (Archetti, Vessuri, Menéndez, García Canclini, entre otros), y con disputas intestinas que Archetti buscó, infructuosamente, superar. Desde la antropología, entonces, Lali abría caminos que la llevaban más allá de los límites que se había impuesto, en nombre de monolingüismos y monoteísmos metodológicos.

Hace no tantos años, algunos historiadores tuvieron que fundamentar el por qué del salto hacia las fuentes orales, fuentes de las que desconfiaban muchos de sus colegas. Archetti tuvo que hacer el camino contrario: fue uno de los antropólogos que ofreció los más sólidos argumentos acerca de la necesidad de que la antropología de sociedades complejas y alfabetizadas abordara fuentes escritas. Su trabajo sobre El Gráfico aún no tiene un equivalente en nuestra antropología. Es un encuentro de la antropología con la historia, una lectura de fuentes históricas con categorías propias del pensamiento antropológico. Categorías, de todos modos, siempre abiertas a contaminarse de un pensamiento que no reparaba en fronteras disciplinarias. Lali mismo se hibridó mientras trabajaba sobre híbridos. Así, además, pudo poner a la antropología que practicaba a dialogar, a aprender de, a enseñar a otras disciplinas o estudios.

No este un buen momento, seguramente, para evaluar su obra. Tengo la impresión de que, además de todo lo mencionado anteriormente, en los trabajos de Archetti hay claves que será necesario recuperar y desarrollar para entender la Argentina, las culturas argentinas y los sentimientos hacia la Argentina, más allá de la contraposición entre la versión nacionalista romántica y la versión de lo nacional como falsa conciencia. Aunque sería difícil saber cuál de estas versiones tiene hoy mayor potencia (ya que depende el universo intelectual al que se refiera), ciertamente las corporalidades, los modos de narrar, la moral, las categorías de pensamiento, la cuestión de la liminalidad y la hibridación constituyen sendas abiertas aquí por Archetti, sendas que convocan a ser recorridas aún por otras generaciones de caminantes.

El proyecto que estaba desarrollando en estos últimos años se llamaba "La Argentina es Malbec". El estudio de los vinos tenía una fuerte continuidad con sus preocupaciones anteriores. Archetti, argentino en Noruega, se preguntaba qué productos de una sociedad y una cultura viajaban más exitosamente y durante más tiempo hacia el mundo. Él relataba su llegada al aeropuerto de Burkina Faso con pasaporte argentino como un trabado avance de la selección. Recordaba la lentitud del gendarme observando extrañado aquel pasaporte de un país remoto, que había culminado con la pronunciación de la palabra "Maradona". Mención que le permitía inferir a Archetti que también en la cabeza de aquel hombre vivirían por años las imágenes de un cuerpo desplazándose hábilmente entre muchos otros. Nos reponía, Archetti, a veces en   sus textos, a veces en sus anécdotas, existencias llamativas de "nosotros mismos" en cuanto argies , existencias a veces cosmopolitas, a veces meramente globales. Reponía, con su larga experiencia europea, cómo somos vistos, cosa que, provincianos muchas veces, desconocemos.

Permítanme terminar con una nota personal. Fue el mejor profesor que tuve. En las tierras rojas de Posadas Archetti nos enseñó Mauss, Van Gennep, Strathern, Howell. Nos enseñó a tratar de ir hasta donde pudiéramos imaginar. Muchos años después, generosamente, compartimos encuentros y tuvimos largos diálogos sobre nuestra antropología y sobre nuestros vinos. Si no me equivoco, se reía mucho de la Argentina y la disfrutaba como pocos. Cuando después de que vivió un año en Buenos Aires nos despedimos, dijo exageradamente: "gracias por hacer más feliz la estadía en la patria". Para alguien que vivía tan lejos por tantos años, llamativamente, esa palabra hacía un sentido que aún resulta arduo comprender cabalmente.

Alejandro Grimson

Buenos Aires, 13 de junio de 2005

 

 

 


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